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Graham Greene y el espectáculo de la vida

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A propósito de Cuentos completos de Graham Greene (Edhasa, Buenos aires, 2011, 702 páginas), traducimos y sintetizamos el artículo publicado en enero de este año por la revista La CiviltáCattolica, ya que en Italia Mondadori editó la misma compilación.El reciente volumen cuentos de Graham Greene vuelve a acercarnos a un escritor que, entre los años ’40 y ’60 del siglo pasado, nos apasionó e implicó en vivaces discusiones teológicas y psicológicas. Novelas como El poder y la gloriaEl revés de la trama El fin de una aventura no son lecturas tranquilas; crean turbación, plantean interrogantes ineludibles y colocan a su autor junto a los grandes narradores del siglo XX.
Si bien en su última producción está siempre la huella del viejo león, sus dramáticas incursiones en las tierras del dogma católico se van desarraigando hasta casi desaparecer.
Algunos cuentos remiten a los temas de las novelas, otros tienen un ritmo policial, con so-
bresaltos de sexo y de amor, todos caracterizados por el sense of humour y por un tono irónico y satírico. La estructura del cuento no es la misma que la de la novela. El propio Greene marca las diferencias en la introducción: “En el caso de la novela, cuya escritura a veces requiere años, al final el autor no es la misma persona que al principio. No sólo se trata de que sus personajes se han desarrollado, sino de que el escritor ha evolucionado con ellos. En consecuencia, para el novelista el cuento es a menudo una manera de huir: es la huida de tener que convivir durante incontables años con otro personaje, de contagiarse sus celos, su mediocridad, sus sucios trucos de pensamiento y sus traiciones.
Por consiguiente, la recopilación puede considerarse un conjunto de huidas del mundo del novelista y, si me apuran, incluso de escapatorias; puedo releer los cuentos con más facilidad porque a sus espaldas no arrastran toda una vida”.
Cuentos y novelas lo revelan como hábil inventor de tramas y personajes con sus miserias y su dignidad, atrapados en los dilemas del vivir, agobiados por pasiones y hábitos. Greene los encuentra en la periferia londinense, en los hoteles de Antibes, en Sierra Leona, en el Caribe; se trata de gente común, antihéroes, que reflejan sus ambientes y las historias –sociales, políticas, ideológicas– de su tiempo. Como auténtico escritor, al observar la realidad de la condición humana, descubre sus elementos fundamentales: alternancia entre bien y mal, ambigüedad, soledad, el peso de la vida, deseo de evasión, búsqueda de verdad.
Greene ofrece la imagen de un hombre que camina sin conocer su meta, perdido, a merced de los acontecimientos y los instintos. Alguno habla de Dios, de la inmortalidad, de la gracia y del pecado. Esas voces son tan tenues y sin embargo el lector no logra acallarlas.

El factor humano
Hay leyes, tradiciones, exigencias sociales, creencias que nos proponen comportamientos, pero existe también, en cada uno, el “factor humano”, capaz de llevarnos a dejar todo de lado y orientar las opciones según criterios imprevistos. Esto convierte nuestra existencia en un espectáculo tragicómico y reduce a las personas a comparsas.
El doctor Crombie –en el cuento homónimo– vive apoyado en dos convicciones fundamentales. No cree en el Dios del Génesis; porque “los procesos de la evolución hacen que un animal se extinga cuando se desvía. Quizás el hombre seguirá la misma suerte que los dinosaurios”. La segunda convicción no es menos precisa: “Cualquier forma de congreso sexual” es la causa principal del cáncer: “Cuanto más se ama, tanto mayor es el peligro”. Por tal convicción, vive solo y es casto.
Se diría que nuestra vida está manejada por elementos que se nos escapan y que nos llevan a caminos desconocidos, oscuros y desolados. A algo parecido llegan los protagonistas de “Dos personas delicadas”, uno de los cuentos más hermosos de esta colección. Dos desconocidos, un hombre y una mujer de mediana edad, están sentados en un banco del ParcMonceau. No hubieran intercambiado palabra de no haber pasado por allí dos adolescentes, uno con la radio a todo volumen y el otro tirándolepatadas a las asustadas palomas.
Expresan primero su desacuerdo por esa diversión desagradable, luego se acercan y comienzan undiálogo. Casados los dos, y sin hijos; ella con un hombre de comportamiento equívoco, él con una mujer que lo acusa de ser demasiado viejo para satisfacer sus deseos. Cenan juntos, apenas se rozan sus manos, los respectivos cónyuges se hacen presentes como dos fantasmas que se alejan y los dejan solos: “Cada uno parecía conocer al otro mejor que a cualquier otra persona.
Eran como un matrimonio feliz; acabada la etapa del descubrimiento, superada la prueba de los celos, ahora estaban tranquilos en su madurez. El tiempo y la muerte eran los únicos enemigos que quedaban, y el café era como la admonición de la vejez. Parecía necesario mantener a raya la tristeza con un coñac pero no lo consiguieron. Era como si hubieran vivido toda una vida medida en horas, como las de las mariposas”. Se dejan sin intercambiar direcciones o números telefónicos. La hora de gozar de una vida de verdadero amor “se había presentado demasiado tarde en sus vidas”.
Misterios de la providencia
Los misterios de la providencia (con p minúscula) son la maraña de acontecimientos que dominan la vida, que le confieren un ritmo impensado y que sacuden proyectos y horizontes.
En “La sugerencia de una explicación” se habla de acontecimientos que “no salen como se pretendía, como pretendían los actores humanos, o la cosa que hay detrás de ellos”. La “cosa” es Satán (pero la palabra es tan antropomórfica) que captura la inocencia de un niño sirviéndose del tentador Blacker, más negro que la noche.
Y si no es la “cosa” la que maneja a los protagonistas de Pena en tres tiempos, ¿en qué fuerzas depravadas pensar? Son dos mujeres sin dignidad, sin amor. Suhablar es un entretejido de vulgaridades y vacuidades. Greene las presenta en un cuadro perfecto por la vivacidad y la desolación de contenido. El narrador escribe: “Me sentí avergonzado de mí mismo: era sólo un frío espectador literario del dolor humano”.
Una angustia diferente turba la vida del pobre Maling (cuento homónimo). ¿Qué demonio lo hizo nacer con aquellos “borborigmos”? Así denominaron los médicos a su dolencia.
“Ya no me es posible disfrutar con la comida”, dice con lágrimas en la voz. Él nunca sabe lo que sucederá después. En realidad, suceden cosas que le arruinan la existencia, lo aíslan, le complican su trabajo. Qué extraña es la vida…
Muchos cuentos de Greene son al mismo tiempo realistas y surrealistas: divierten pero a menudo nos dejan tristes por el amargo espectáculo de su desarrollo y su final. Es sintomático “La raíz de todo mal”. En una pequeña ciudad inglesa, cansadas de sus maridos, algunas mujeres “ansiosas de compañía e intereses femeninos”, deciden reunirse una vez por semana para tomar juntas el café de la noche. También sus maridos, convencidos de que “no se requiere conversación, pero sí compañía”, deciden reunirse en un sótano, en absoluto secreto, y satisfacer sus necesidades de empedernidos bebedores. Las cosas se complicaron cuando HerrPuckler, “un hombrecillo avinagrado, visco y totalmente calvo, que vaciaba una taberna en cuanto entraba en ella”, se dio cuenta de que había sido excluido del grupo de bebedores por su intolerable locuacidad e intemperancia.
¿Cómo vengarse? Muy simple: va al cuartel de policía y le recuerda al comisario que la ley prohíbe las sociedades secretas, para concluir: “Sin embargo, aquí, en las mismas narices de la policía, existe una”. Se desencadena una estampida que Greene describe en páginas literariamente seductoras con golpes de escena y un final dramático.
El humour y la ironía de Greene florecen en plenitud donde habitan personajes religiosos y “devotos”. Disfruta describiendo la falsedad y la miseria de los que “negocian” con el Paraíso.
William Ferraro, director de una empresa, vive en un gran edificio de MontaguSquare. Un ala está reservada para su mujer, que se considera enferma y pasa el tiempo “buscando la salvación eterna” bajo la guía de “un óptimo consultor jesuita”. También el señor Ferraro está dedicado a salvar su alma. Con ese fin, dedica atención particular a ganar indulgencias. Asume a la señorita Saunders como secretaria con “deberes especiales”: señalar tiempo, lugar y modo para ganar generosas indulgencias.
La señorita Saunders tiene “unos treinta años, el pelo de un color indeterminado y los ojos de un asombroso azul claro que le daban a su rostro anónimo cierta semejanza con una estatua sagrada”. En el colegio de Santa Latitudinaria, Woking, “había ganado durante tres años consecutivos el premio especial a la piedad”.
A esta “hija de María” un buen día el señor Ferraro le preguntó dónde ir por indulgencias sin que ello significara un sacrificio extraordinario. “Saint Praxted, Canon Wood. Eso queda bastante lejos. ¿Tiene que perder toda una tarde para una indulgencia de sólo sesenta días?”. Pero el señor Ferraro se conforma con los sesenta días y viaja a Saint Praxted.
Llegado al lugar, le pregunta a un policía por la iglesia católica, y así se entera de que no existe ninguna. ¿Será posible? Pálido, va a ver a la señorita Saunders.
El lugar es equívoco, tanto que no se anima a tocar el timbre. Se queda en el coche esperando que algo suceda. En la ventana aparece la señorita Saunders vestida de manera indecente: un brazo la toma por la cintura y el rostro de un joven mira a la calle. Ferraro vuelve envejecido a su casa.
“Era como si, durante aquella larga tarde, hubiera asumido los 36.892 días que él creía haberse ahorrado del Purgatorio en los últimos tres años”. El cuento se titula “Deberes especiales”.
Los relatos reunidos bajo el título “¿Puede prestarnos a su marido?” están definidos como
“historias de vida sexual” y reflejan experiencias del autor. Es sabido que él había estado atormentado por problemas morales y que sus aventuras sentimentales influyeron en la inspiración literaria. Se había casado con la poetisa inglesa VivieneDayrelleBrowning, católica, pero el matrimonio había naufragado dejándolo librado a una existencia aventurera e inquieta. Lo perseguían algunos penosos interrogantes: ¿es posible un amor que dure toda la vida?, ¿la fidelidad conyugal es una norma invariable?, ¿no dará más tranquilidad y felicidad una cierta libertad erótica?, ¿no habrá que preferir una verdadera amistad antes que un matrimonio sin amor? Estas preguntas vuelven en muchos de suscuentos.
En estas historias el amor está ausente: el verdadero, el que es entrega y comunión de alma y cuerpo, florecimiento de vida. En su lugar aparece el egoísmo, la aventura, la evasión de la monotonía del vivir. Y el resultado es casi siempre desolador: aburrimiento, cansancio, soledad.

Fe con intervalos de incredulidad
En Inglaterra, con la publicación de Brighton (1938), fue considerado un escritor católico.
Se afianzó con El poder y la gloria (1940), El revés de la trama(1948) y El fin de una aventura (1951). Exasperado por esta clasificación, trató primero de restarle importancia a su conversión de 1926; más tarde, sus aventuras sentimentales y la distancia que tomó respecto de la Iglesia católica por algunas de cisiones del Concilio lo alejaron de la doctrina y de la moral del catecismo, si bien mantuvo unaparticular concepción de la fe. El cuento autobiográfico “Una visita a Morin” (1963) reconstruye su situación religiosa. Pierre Morin es un anciano novelista francés: algunos lo consideraban un ilustre exponente del pensamiento católico, otros –los católicos ortodoxos– lo creían protestante. Un joven inglés, Dunlop, interesado en la obra de Morin, va a visitarlo y le plantea algunas preguntas inquietantes. Lo encuentra casualmente durante la Misa de Gallo, la noche de Navidad, en las cercanías de Colmar.
Ni él ni Morin se acercan a la Eucaristía. Al terminar la misa, se reúnen en el departamento del escritor a conversar de teología mientras toman un buen vino.
Mirando la biblioteca, el joven descubre muchas obras de teología y le pregunta si las lee.
Morin le responde que ya no.
Ante el pedido de que le aconseje algunos volúmenes importantes referidos a la fe, la respuesta de Morin es tajante: “No, si lo que usted quiere es creer, no. Si usted es lo suficientemente tonto para desear eso debe evitar leer teología”. El joven no lo comprende y Morin se explica: “Un hombre puede aceptar todo lo que tenga que ver con Dios hasta que los eruditos comienzan a entrar en detalles. Un hombre puede aceptar la Trinidad, pero no los argumentos que se siguen de ella…–hizo un gesto de rechazo–. No pretenda determinar algún problema en cálculos diferenciales con una tabla de dos por dos.
Terminaría por no creer en los cálculos (…). Solía creer en la Revelación, pero nunca creí en la capacidad de la mente humana”. En un tiempo creía, ya no. Cuando Dunlop le pregunta por qué tiene tantos libros de teología, la respuesta de Morin es singular: “Hasta el descreimiento necesita algún tipo de apoyo”.
Según su parecer, las argumentaciones teológicas sobre la fe ya no se sostienen. La conversaciónprosigue en términos agitados,casi como una ardua confesión.
Cuando el joven tiene la sensación de que el viejo está cerrando toda posible salida de la incredulidad, lo quiere contradecir y le dice: “Porque usted haya perdido su fe…”. Morin lo interrumpe “con ferocidad”: “No he dicho eso. Le he dicho que he perdido mi creencia”. Tiene fe, pero carece de la capacidad de creer. Se mantiene lejos de los sacramentos y de la moral de la Iglesia por razones sorprendentes: “Puedo decirme a mí mismo que mi falta de creencia es una prueba definitiva de que la Iglesia tiene razón y de que la fe es verdadera.
Me separé hace veinte años de la gracia y mi creencia se debilitó como los sacerdotes dijeron que sucedería. No creo en Dios ni en su Hijo ni en sus ángeles ni en sus santos, pero conozco el motivo por el que no creo, y la causa es… que la Iglesia tiene razón y lo que me enseñó es cierto. Durante veinte años he estado sin los sacramentos y ahora puedo ver los efectos… Y la Hostia tiene que ser más que una oblea”.
El malestar que se advierte cuando se está lejos de la Iglesia es la prueba de su verdad.
En la entrevista concedida a Marie-FrancoiseAllain en 1982, después de repetir que no se acercaba a recibir la Eucaristía desde hacía treinta años, al no poder prometer lo necesario para ser absuelto, concluye: “Con la edad crecieron las dudas, es verdad, pero también creció mi fe. Hay diferencia entre creencia (belief) y fe (faith). Si no creo en X o Y, interviene la fe para decirme que me equivoco al no creer. La fe está por encima del creer: se puede decir que es un don de Dios, pero del creer no se puede decir lo mismo, porque se basa en la razón. Por lo tanto yo mantengo mi fe, si bien atravieso largos períodos de incredulidad (disbelief)”.

“I am a writer who happens to be a catholic”
Greene sostenía –con justicia– que no existen escritorescatólicos, sino escritores quetambién son católicos. Preferíadefinirse writerwhohappenstobe a Catholic, “escritor al que le aconteció ser católico”. Indudablemente sus novelas más logradas están construidas a partir dealgunas verdades católicas fundamentales, no en tono apologético sino mediante el análisis delas profundidades del alma. Esteanálisis está casi ausente en suscuentos, pero no lo está la necesidad de anclarse en ciertas verdades católicas para vivir en pazy darle un sentido a la existencia.
Morin confiesa que si fuera un hombre sin fe “sería mejor que se escondiera pronto en la tumba para no descorazonar a otros”.
Ciertamente la teología de Greene –tal como se desprende de sus cuentos– no es excelsa.
Tiene, sí, algunos elementos positivos, pero en su conjunto es manca e inconsistente. La distinción entre fe y creencia no se sostiene. A este propósito, la encíclica Fides et ratio, de Juan Pablo II, afirma que con la Revelación se le ofrece al hombre la verdad última sobre la propia vida y el destino de la historia; verdad que es don de Dios, “no el fruto maduro o el punto culminante de un pensamiento elaborado por la razón”. Si bien hay distinción entre conocimiento de fe y conocimiento de razón, existe sin embargo una relación profunda entre ambos. Por tal motivo “la razón y la fe no se pueden separar sin que se reduzca la posibilidad del hombre de conocer de modo adecuado a sí mismo, al mundo y a Dios”. Sobre la base de un texto paulino (Rm1,28), la encíclica afirma que “se reconoce a la razón del hombre una capacidad que parece superar casi sus mismos límites naturales, con terminología filosófica podríamos decir que se afirma la capacidad metafísica del hombre”.
Si la teología de Graham Greene no es excelsa, su arte de narrador estalla en casi todos los cuentos. Estilo claro, colorido, denso de significado; riqueza inventiva que no es evasión de la realidad sino capacidad de retratarla en su plenitud e imprevisibilidad; tramas vivaces y realistas que capturan la atención por el suspenso y el encantador toque de humor. Un narrador de raza, que sabe plantearle al lector problemas ineludibles y ponerlo frente al misterio de la vida. Al leerlo nos vuelve a la memoria un verso del salmo 65,7 cuando afirma que el hombre es un misterio y “su interior un abismo impenetrable”.

Traducción y edición de José María Poirier
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