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Resumen del pensamiento de Aristóteles

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Aristóteles
Metafísica y física
Frente al idealismo de su maestro Platón, Aristóteles es rea­lista: no existen dos mundos separados, uno sensible y otro inteligible, sino un único mundo, formado por objetos indi­viduales: las sustancias. Cualquier sustancia es un compuesto hilemórfico; es decir, un combinado de materia y forma. La forma es la idea platónica unida indivisiblemente a la mate­ria a la que configura. Las formas son universales, y la lógica se encarga de estudiar sus relaciones.
La metafísica, filosofía primera o sabiduría, se ocupa, en cambio, de estudiar las primeras causas y los primeros prin­cipios de la realidad. El ser, según Aristóteles, aunque es úni­co, se manifiesta de diez maneras diferentes, denominadas categorías: la primera es la sustancia, que es la categoría fundamental, y las nueve restantes (cantidad, cualidad, rela­ción, lugar, tiempo, situación, posesión, acción y pasión) son accidentes o modificaciones que se predican de la sustancia.
En su física, Aristóteles define los seres naturales como aque­llos que tienen en sí mismos el principio del movimiento y del reposo. El movimiento se explica como el paso del ser en potencia al ser en acto: un ser que está privado de cierta for­ma, pero puede tenerla, pasa a adquirirla efectivamente.
Como todo movimiento requiere un ser en acto previo que actúe como causa eficiente o motor del cambio y además siempre se dirige hacia una meta, que actúa como causa fi­nal del movimiento; habida cuenta, asimismo, de que resulta imposible la existencia de una serie infinita de motores y de móviles en la naturaleza, es necesario admitir la existencia de un primer motor inmóvil, acto puro, que es causa y fin úl­timo de todos los movimientos del universo.
Antropología y teoría del conocimiento
Como cualquier otra sustancia, el hombre se compone de forma (alma) y materia (cuerpo), siendo el alma el principio vital que anima y organiza el cuerpo. Como forma y materia van siempre unidas, alma y cuerpo son inseparables, por lo que Aristóteles niega que el alma humana sea inmortal.
El alma racional, específica del hombre, es capaz de adquirir la ciencia, un conocimiento basado en conceptos universa­les, abstrayendo las formas y separándolas de la materia a la que están unidas.
El proceso de abstracción avanza desde los sentidos al con­cepto universal, y en él desempeña un papel decisivo la ima­ginación, sobre la que operan el intelecto paciente, que tiene la posibilidad de conocer las formas, y el intelecto agente, que las separa de la materia. Este último constituye la parte más perfecta y divina del hombre, porque su capaci­dad para conocer las formas lo hace separado, eterno e in­mortal.
Ética y política
La ética aristotélica es eudemonista; es decir, se trata de una ética de la felicidad, bien supremo que Aristóteles no entien­de como idea separada, al estilo de Platón, sino como un bien accesible a la actividad práctica del hombre.
El fin último de nuestros actos es alcanzar la felicidad, pero ni la vida activa (política o militar) ni la vida placentera ga­rantizan su logro. Solo la vida teorética o contemplativa, de­dicada a la búsqueda del conocimiento, permite ser plena­mente feliz, porque esa vida se caracteriza por el ejercicio de aquello que constituye la naturaleza específica del hombre: la razón, y, más concretamente, del intelecto, cuya actividad lo asemeja a los mismos dioses.
El ejercicio de la contemplación permite al hombre alcanzar las virtudes intelectuales, como la prudencia y la sabiduría, pero como el hombre es también un ser corporal, no puede dedicarse siempre a la contemplación; por eso, la felicidad requiere también un disfrute moderado de bienes externos, como la salud, el bienestar, los amigos, etc., sin los cuales ninguna vida puede ser enteramente feliz.
Junto a las virtudes intelectuales están las virtudes éticas (va­lentía, templanza, justicia, etc.), que son aquellas que depen­den del carácter del sujeto. La virtud ética es para Aristóteles una disposición o modo de ser consistente en el hábito de adoptar el término medio entre dos extremos viciosos, uno por exceso y otro por defecto. Esto significa que no somos virtuosos ni viciosos por naturaleza, ni tampoco adquirimos la virtud a través del conocimiento, sino que la virtud y el vi­cio se consiguen ejercitándose en ellos.
Que la virtud sea cierto término medio no la identifica con la mediocridad, sino que, por su valor intrínseco, la virtud cons­tituye siempre un extremo de perfección y la mayor excelen­cia a la que puede aspirar el hombre. Asimismo, el vicio o mal, por corresponder a un extremo de imperfección, no ad­mite término medio, sino que es malo de forma absoluta.
La ética aristotélica culmina en la política, que es la ciencia práctica más importante, porque no busca el bien o la felici­dad de un individuo, sino el bien colectivo, en el marco del Estado.
Aristóteles mantiene un organicismo social: el Estado es an­terior, por naturaleza, a los individuos, a las familias y a las aldeas que lo forman, y el hombre puede definirse como un animal político, puesto que carece de sentido fuera del todo social, de la ciudad-estado de la que forma parte.
El hombre es social, porque su alma racional y el lenguaje le permiten conocer lo justo y lo injusto, así como crear leyes que regulen la vida colectiva, con vistas al bien común.
El Estado posee prioridad, porque únicamente él es autárqui­co y se basta a sí mismo. Es en él donde el hombre puede alcanzar su perfección, ya que solo el Estado le permite, me­diante la educación, actualizar todas las potencialidades inherentes a su naturaleza, tanto intelectuales como morales.
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